Cuando Jesús permitió, con dulce complacencia, que una bella mujer untara sus cabellos de ungüentos
aromáticos, proclamó para siempre la razón divina de lo alegre y cálido en la sensibilidad humana.
Toda la existencia de Cristo es la historia de un amor inmenso a la vida, concluido a fuerza de superaciones en una voluntad divina de transformación vital: la resurrección de Jesús es una prueba
simbólica de que su cariño a la vida era tan amplio que a la misma tierra le cimentó la certeza de su
glorificación final.
El arte no es dificultad, no es laboriosidad; es un goce psicologrado de los sentidos. Una bella fotografia
tiene tanta intensidad estética como un óleo de Velázquez. Una bella carta de amistad, tanta como el mejor
de los madrigales. Una bella barca de papel, tanta como las figulinas de marfil que decoran las mesitas de
las salas del "gran mundo". Y hay bellas lavanderas, cuyas voces están tan llenas de riquezas musicales,
que solo la armonía sólida de los Conservatorios y Academias de canto serían capaces de adulterarlas.
Lo verdaderamente delicioso para el alma es que cuando el público nos admire a través de la perfección
de nuestra obra, nosotros nos conmovamos nada mas que por el funcionamiento alegre de nuestros
sentidos.
Olvidar que antes que poeta se es hombre es ignorar que antes que aspirante al cielo se es
opositor a la vida.
Nunca podrán componerse versos tan contemplativos de la hermosura del alma como los que cantan
las pestañas de nuestras amigas.
La inteligencia solo nos debía servir para amarnos. En cuanto a lo demás, sería encantador que
adquiriésemos la naturalidad instintiva de los leopardos.
La amoralidad de los leones, sabiamente engarzada con nuestro cerebro, produciría la civilización
mas maravillosa que puedan soñar los hombres.
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