miércoles, 18 de octubre de 2023

 No hay que colocar a la razón en situación de apurar de un sorbo el tonel de las verdades demoledoras.
Las verdades pertenecen exclusivamente al dominio del Genio monumental, cíclico, de la Historia. Lo
único que se adapta con comodidad al curso de la vida diaria, de la convivencia social, es la mentira
agradable. No se concibe la existencia de la corrección social sin estar presidida por la dialéctica de los
amables engaños y ficciones. Existen una multitud de bollos fenómenos anímicos y morales en los que, 
si bien una verdad es su causa y su vivencia, la mentira es en cambio su única vestidura lógica y eterna.
El amor, la poesía, la religión, la patria etc. En todo esto, la verdad moriría sin pena ni gloria de no estar
asistida por la mentira ritual. Dios mismo sería algo imposible en el ágora del alma razonadora de no estar 
respaldado por el engaño litúrgico y filosófico del arte y el pensamiento humanos. Solo de quinientos en
quinientos años debieran utilizarse los resortes de la verdad, hasta ahora, siempre el ejercicio práctico de
las verdades demoledoras ha sido pagado a precio de sangre, de horca y disolución. Julio César impuso
la preponderancia de una verdad histórica, pero tuvo que hacerlo a costa de inflamar de dolor las campiñas
gálicas y aún a costa de su propio asesinato. Napoleón extendió por Europa otra hermosa verdad. Pero en 
la erección de su nueva forma de vivir ardió de linde a linde la ciudad sagrada de Rusia y bebieron el rojo
plomo de los arcabuces millares de artesanos españoles. Nosotros no nos oponemos de ningún modo a la
expansión de la verdad. Amamos lo verdadero y sabemos que siempre la práctica de aquella lleva consigo
el germen de un Pilatos débil y un Gólgota implacable. Pero estimamos que la verdad, por ser alma de gran tiempo y amplio espacio, no es empírica, no es diaria, no es popular, no debe asomar en donde solo
una mentira correcta, una ficción estética, es lo capacitado para impedir que la soberbia, la ira, el mal
gusto de lo intuitivo, rebase y se apodere del equilibrio cotidiano de la sociedad. Porque nunca una verdad cala tanto en el porvenir de una civilización como cuando significa la consecuencia fatal de un
siglo de mentiras afables, de una época serena y laboriosa de sonrisas a flor de labio.

  

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